
Vale recordar también que esa mejora no es algo que sucede naturalmente por el solo paso del tiempo. Es el fruto de los esfuerzos que las mayorías desaventajadas vienen haciendo desde siempre para lograr que el progreso económico también mejore sus condiciones de vida, y no redunde solo en beneficio de las élites, como ha sucedido históricamente.
Las trampas de la pobreza
En nuestra región ha habido avances significativos en las últimas décadas, como lo muestra un reciente informe del BID que indaga sobre cómo han cambiado las condiciones entre padres e hijos. A pesar de ello, quienes hoy nazcan en Latinoamérica aún poseen altísimas probabilidades de criarse en el seno de una familia pobre, y lo que es peor aún, de llegar a la adultez también en condiciones de pobreza. Y cuanto más pobre es el hogar en que a los latinoamericanos nos toque en suerte nacer, más probabilidades tendremos de traer a nuestros hijos al mundo en un hogar pobre, el nuestro.
La otra cara de la moneda de esa situación injusta es también injusta: si en la gran lotería de la vida nos tocara la menos probable suerte de venir al mundo en unas de las familias de ingresos altos de la Región, también es altamente factible que cuando lleguemos a adultos, aunque no hayamos hecho mucho esfuerzo para progresar en la vida, en el futuro nuestros hijos seguramente se criarán en una familia de ingresos altos, la nuestra.
La democracia no se lleva bien con estas desigualdades de origen económico, social o cultural. Ni con las desigualdades que confinan a la mayoría de las personas a situaciones no elegidas. O con las diferencias de condición que preservan beneficios a algunas minorías privilegiadas por mero hecho de su origen social, parentesco, raza, género, religión, o de cualquier otro.
Ello es así porque las condiciones de vida desiguales determinan a su vez desiguales oportunidades. Y las desiguales oportunidades circunscriben a los individuos a condiciones de existencia en las que están condenados a permanecer durante toda una vida. Situaciones indeseadas que a las personas les resultan prácticamente irreversibles. Donde el mérito y el talento individual resultan superfluos o insuficientes para quien anhela modificar su condición.
¿Por qué razón la democracia no se lleva bien con este tipo de desigualdades? Porque la democracia se nutre de un ideal: la constitución de un mundo de mujeres y hombres orgullosos, que vivan como pares, que no conozcan desniveles que separen o humillen.
Una sociedad de iguales
Una sociedad sin barreras, en la cual las diferencias entre individuos no son creadoras de explotación, de dominación o de exclusión. Un ideal que aspira a que exista un tratamiento equitativo de las personas sin importar su origen, su religión o sus convicciones, su orientación sexual, su identidad de género o sus discapacidades. Una sociedad donde cada uno pueda encontrar su camino y convertirse en el amo de su historia. Donde la igualdad evite ser la neutralización de las diferencias: la democracia entendida como la organización deliberada de una vida en común entre gente diferente. Una igualdad en la diversidad: donde el principio democrático es inseparable de una sociedad concebida como mezcla y pluralidad.
Hablamos de estas cosas cuando impulsamos intervenciones para lograr resultados en el desarrollo. En la democracia, desarrollo es tanto sinónimo de mejora de la calidad de vida para las grandes mayorías como de reducción de las desiguales oportunidades entre esas mayorías y las minorías adineradas. Las reformas estructurales para hacer más dinámicas nuestras economías cifran su sostenibilidad política en la encrucijada de esas dos dimensiones del desarrollo.
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Quienes quieran conocer más sobre esta concepción del desarrollo, y de lo que ello implica al momento de concebir e implementar intervenciones para promoverlo, encontrarán una primera aproximación en los contenidos del curso “El Desarrollo y su Gerencia” del Programa Efectividad en el Desarrollo del BID.
A continuación el enlace al informe del BID mencionado: «Pulso social en América Latina y el Caribe 2017: Legado familiar, ¿rompemos el molde o repetimos patrones?«
Foto de Suzy Hazelwood en Pexels
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En estos días de quedarse en casa, releí el libro: «Repensar la Pobreza», de Abhijit V Banerjee y Esther Duflo (Edit. Taurus 2016). Recomendable para repasar temas abordados en el curso «El Desarrollo y su Gerencia», ahí se perfilan los elementos necesarios para establecer un nuevo curso para el desarrollo de nuestros países. Debemos ser conscientes de que una vez superada la etapa crítica de la pandemia por COVID – 19, nos enfrentaremos a una caída de la actividad económica que puede ser peor que la ocurrida durante la gran depresión del siglo XX (crisis que inició en 1929) con sus cauda de implicaciones negativas como mayor desempleo, caída en los ingresos y crisis en las capacidades institucionales para dar cobertura a la ponlación afectada. Saludos V Tapia
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Así es Víctor. Me entusiasmo imaginando que saldremos de esta situación con una preocupación mayor por disminuir las desigualdades sociales no deseadas por las personas. Tengo pendiente esa lectura que mencionas, que me ha sido recomendada por varios amigos. Saludos.
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