Quienes nos involucramos profesionalmente en la #gestión de intervenciones para promover el #desarrollosostenible de nuestras sociedades no
actuamos en soledad. Lo hacemos a través de organizaciones o #proyectos impulsados desde el #sectorpúblico, sociedad civil (#ong) o desde el medio corporativo (#rse). En estas instancias conformamos equipos de trabajo en los que operamos en conjunto, co-operamos, en los cuales suelen abundar colegas con #capacitación y experiencia en las distintas materias que hacen a la labor. Sin embargo, las dinámicas que priman en esos equipos de trabajo a menudo desalientan la deliberación y el aprendizaje colaborativo. Dinámicas que obstaculizan la emergencia de ámbitos de coordinación que realmente promuevan y faciliten el aporte mutuo a través de la reflexión y el apoyo recíproco en el despliegue de las actividades.
Sobreviene así una débil capacidad para pensar en grupo y de ese modo desarrollar la inteligencia grupal o colectiva, para hacer que la inteligencia del equipo llegue a ser mayor que la inteligencia de cada uno de los miembros del equipo. El principio es más o menos conocido: suele haber mucho conocimiento distribuido en el conjunto de personas reunidas y ocupadas en un tema, mucho más que en una persona muy iluminada. Es necesario reunir ese conocimiento, hacer que interactúe entre sí y que alcance nuevas cimas. Para que eso ocurra las personas deben intercambiar opiniones de modo provechoso. Así, el todo será más que la suma de las partes.
Pero esto sucede raras veces. Las razones de esa falta de productividad intelectual son diversas, pero hay una que vale la pena destacar. Para pensar en grupo es necesario recuperar el dominio del medio a través del cual se alcanza: el diálogo, la práctica del viejo arte de la conversación.
Para todos nosotros es evidente que la ciencia avanza a ritmos envidiables. Y la ciencia se basa en diálogos. Es la interacción de diversas personas ocupadas en el mismo tema lo que permite el avance en una materia. Hoy lo vemos en las noticias a raíz de los esfuerzos por desarrollar una vacuna contra el virus que causa la actual pandemia.
Así, revistas científicas, congresos, coloquios, mesas redondas, seminarios y todos los otros ámbitos de que dispone la comunidad científica tienen el propósito de permitir el intercambio entre pares. De ese modo se complementa y contrasta lo que investigó un grupo con lo que hizo otro en cualquier lugar del mundo, y se generan las bases para que –tal vez un tercer grupo– se apoye en ello para dar un paso más en la frontera de la ciencia. Por ese camino, también, el corpus de cualquier materia llega a ser superior a lo que permite la capacidad de los equipos de investigadores individualmente: el “pensamiento” que lo generó es, ante todo, un fenómeno de comunicación colectivo.
La mayoría de los problemas públicos sobre los que actuamos en nuestro oficio de promotores del desarrollo carecen de claridad. Son problemas que responden a múltiples causas y dinámicas sociales, algunas evidentes, otras no tanto, que se relacionan entre sí creando sistemas complejos difíciles de comprender y, por lo tanto, de modificar en el sentido deseado.
Conocer, comprender y actuar coordinadamente. Para ello sirve el diálogo. Su propósito es trascender la comprensión de un solo individuo. Se trata de alcanzar una visión del fenómeno imposible de obtener individualmente. La calidad de los diálogos que mantenemos en esas situaciones depende de la capacidad que tengamos para explorar un asunto desde distintas perspectivas. Para tener buenas conversaciones necesitamos dejar de lado los supuestos con los que operamos diariamente, para someterlos a examen, para poder observarlos críticamente. ¡Bienvenida la duda, fuente de la sabiduría!
El diálogo opera cuando hay diferencias de opinión. Es fácil sentir camaradería cuando todos estamos de acuerdo y difícil hacerlo cuando emergen desavenencias. Pero en este último caso, el fruto es mucho mayor. En definitiva, los diálogos son divergentes, no procuran el acuerdo, sino una aprehensión más matizada de asuntos complejos. Requieren la voluntad de jugar con ideas nuevas, de examinarlas y verificarlas.
Cuando exponemos nuestra visión sobre los desafíos del quehacer profesional en la promoción del desarrollo ponemos en juego valores y perspectivas diversas que son el resultado natural de tendencias personales, sesgos profesionales y tradiciones culturales distintas. Sin embargo, cada una de esas visiones muy probablemente esté iluminando algún aspecto de la realidad que permanece velado para quienes lo ven desde otro punto de vista.
Así las cosas, podríamos conjeturar que cada uno de los miembros de las organizaciones que intervienen en un proyecto de desarrollo y de los equipos de gestión de cada una de ellas, posee en su bagaje alguna de las piezas del rompecabezas respecto a la naturaleza del problema público que se intenta resolver y de cómo se puede revertir.
La comprensión del mundo que emerge de la pandemia no podrá surgir de un solo cerebro, de un solo centro de decisión, por más iluminado que este sea. Sin inteligencia colectiva tampoco será posible promover intervenciones que se adapten exitosamente a la nueva realidad social que surgirá del cataclismo, y que aprovechen las nuevas oportunidades que ella ofrecerá.
Hablamos y nos entrenamos en estas cuestiones del aprendizaje colectivo y la coordinación intra e interinstitucional en los cursos de formación ejecutiva del Programa Efectividad en el Desarrollo del BID.
Ilustración: “Conversación”, Luis Seoane, sin datos. Recuperado de https://boverijuancarlospintores.blogspot.com/search/label/seoane%20luis
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Excelente reflexion. Entablar dialogos propositivos implica transparentar y abrir nuestros paradigmas, con el proposito de exponer al otro, nuestro sustento teorico.
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