A menudo sucede que ciertas palabras se vuelven omnipresentes. Se ponen de moda, como una prenda de vestir o una canción. Se vuelven tendencia y
su imperio se extiende a todos los ámbitos. Vale la pena detenerse en ellas pues detrás de su adopción masiva late una razón de índole cultural profunda. La palabra #sostenibilidad es sin duda una de las que ha alcanzado en nuestros días tal cima de popularidad.
Es sabido que el impulso inicial al vocablo sostenibilidad aconteció a fin de la década del ’80 del siglo XX, en torno al llamado de atención sobre la insostenibilidad del desarrollo. Dos términos que aparecerían de allí en adelante indisolublemente unidos: desarrollo y sostenible.
Desarrollo como sinónimo de la forma en que actualmente progresamos como sociedad, de la forma en que producimos más y mejores bienes y servicios para mejorar nuestro bienestar. Insostenible como sinónimo de incapaz de mantenerse en el tiempo sin afectar gravemente al ambiente natural.
Dicho por la positiva, y en palabras de la conocida definición de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, el modo sostenible de mejorar las condiciones de vida sería aquel “que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».
Insostenible en el tiempo viene a ser, entonces, la relación que establecen en el presente los seres humanos con el ambiente natural del cual utilizan y extraen los recursos para progresar, para desarrollarse. Un ejemplo de algo insostenible es la intensidad con que utilizamos fuentes de energía basada en combustibles fósiles, pues como ello ocasiona el calentamiento del planeta, desencadenando procesos climáticos que dañan a las personas y a todas las formas de vida sobre la tierra.
Sin embargo, de a poco su sentido original se fue ampliando. En nuestros días excede a la relación entre el hombre y la naturaleza. Hoy hablamos de un enfoque integral en el desarrollo sostenible.
Así las cosas, utilizamos el término sostenibilidad para referir, por ejemplo, a la viabilidad de la relación entre el incremento de las fuerzas productivas y la forma en que se distribuyen sus frutos, esto es, a la relación que se establece entre la mayor riqueza generada y el nivel de equidad con que se distribuyen socialmente las oportunidades y los beneficios económicos que ese incremento arroja. También aplicamos el término a la relación entre la diversidad social −por ejemplo, la diversidad económica, cultural, étnica o de género que posee una sociedad− y qué tanto esa diversidad se ve efectivamente reflejada en las instancias de representación política, donde se debaten y adoptan decisiones públicas. Así, sería insostenible −inviable, difícil de mantener en el tiempo− aquella sociedad que aun siendo diversa en lo social, se aferre a un sistema político que solo dé cabida a una, o a unas pocas, de esas partes diversas.
Otro ejemplo del amplio imperio del vocablo sostenibilidad: hoy decimos que una ciudad será sostenible no solo si logra hacer que su presión sobre el ambiente natural no se vuelva inviable en el tiempo, esto es, por ejemplo, que no deteriore o agote sus fuentes de agua potable. Será sostenible si además de lo anterior, logra disminuir su dependencia de una sola actividad económica, diversificando su aparato productivo; también será sostenible si su sistema político presenta condiciones de equilibrio entre las distintas fuerzas, de modo de garantizar la vigencia de la democracia a largo plazo, que se vería afectada si predomina hegemónicamente una sola de esas fuerzas. O esa ciudad será sostenible si logra la suficiente cohesión social como para garantizar la gobernabilidad, o será sostenible si promueve el conocimiento, la información y las tecnologías que permitan tornar esa ciudad más competitiva económicamente a través de la innovación.
Así, sostenibilidad significa hoy la viabilidad de la relación en términos de corto, mediano o largo plazo entre diferentes sistemas, como el ecológico, el económico, el social o el político, y entre distintos niveles: global, regional, nacional o local.
¿Cómo repercute todo ello a la hora de impulsar una intervención que busca promover el desarrollo? Repercute en diversos aspectos. Pero hay uno que se me ocurre crucial para quienes tenemos a nuestro cargo implementar un proyecto: debemos ser conscientes que siempre existe una altísima probabilidad de que surjan efectos imprevistos desfavorables que deben ser neutralizados o mitigados. Efectos desfavorables que dañan alguna de las mencionadas dimensiones de la sostenibilidad de las mejoras buscadas con la iniciativa.
Más importante aún, debemos tener presente que esos riesgos comienzan a manifestarse ya durante la etapa de su implementación, cuando es responsabilidad de nosotros, en tanto miembros de los equipos que implementan el proyecto, poner en marcha medidas para neutralizar sus efectos adversos.
Profundizamos sobre el concepto de desarrollo sostenible en el curso de formación ejecutiva del Banco Interamericano de Desarrollo denominado El Desarrollo y su Gerencia, de pronto inicio.
Tratamos sobre cómo lidiar con con los riesgos que afectan a la sostenibilidad de una iniciativa en otro curso del BID: Imprevistos e Incertidumbre: Manejo de Riesgos en la Gestión del Desarrollo.
Imagen: Tughra del sultán Solimán el MagníficoTurquía, Estambul, obtenida de https://www.metmuseum.org/es/art/collection/search/449533
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