¿Por qué razón solemos enfocarnos en la entrega de productos y servicios, en lugar de hacerlo sobre los cambios valiosos en las personas que los reciben? No basta con preguntarnos ¿qué entregamos? También debemos discutir ¿qué cambiamos y cómo lo medimos?

A continuación, algunas de las razones por las que nos contentamos con los entregables.
Enfoque en medios: en la práctica habitual de la gestión para el desarrollo, los equipos de gestión habitualmente concentramos nuestra energía en la entrega de bienes y servicios bajo la hipótesis de que una provisión adecuada de esos elementos conduzca necesariamente a cambios valiosos en la población objetivo. Sin embargo, esta atención al “¿qué hacemos?” suele eclipsar la pregunta esencial: “¿qué valor real estamos generando en términos de bienestar y transformación social?”.
Intangibilidad: los beneficios públicos son, en buena medida, intangibles: confianza ciudadana, cohesión social, empoderamiento de grupos marginados… Nadie fija un precio de mercado a estos impactos valiosos, lo que dificulta su observación y medición directa. Esta indeterminación refuerza la tentación de rendir cuentas mediante indicadores sencillos –número de capacitaciones, viviendas entregadas, informes producidos– en lugar de medir cambios en comportamientos, conocimientos o actitudes.
Multicausalidad: los resultados para el desarrollo dependen de múltiples factores: variables económicas, políticas, culturales y acciones de diversos actores. Así, cuando los efectos buscados están fuera de nuestro modesto control como equipo de gestión, el hecho de evaluar “impactos valiosos” se vuelve un reto complejo. Por ello, reportar bienes y servicios tangibles nos aparece como la vía más ágil y comprensible para justificar el uso de recursos.
Demora: muchas transformaciones sociales se materializan a mediano o largo plazo. Mientras tanto, los ciclos políticos y presupuestarios nos exigen resultados inmediatos, lo cual nos incentiva a la entrega de productos por sobre la concreción de cambios sustantivos en la calidad de vida de las personas.
Lejanía: la distancia física y organizacional entre diseñadores de políticas y comunidades beneficiarias genera desconexión. Con frecuencia, el diálogo participativo se delega a “ejecutores” locales, mientras los equipos centrales focalizan su gestión en procesos internos y entregables, perdiendo la perspectiva de la transformación social que proclaman.
Asignación política: a diferencia del sector privado –donde los clientes validan el valor pagando un precio– en el ámbito del desarrollo los recursos suelen asignarse mediante negociaciones políticas con criterios de redistribución y equidad. No existe un mecanismo que relacione el financiamiento, por un lado, con el desempeño medido en términos de logro de impactos sociales valiosos, por otro lado. Ello nos lleva a buscar demostrar eficiencia en la realización de actividades y, en el mejor de los casos, en la entrega de bienes y servicios, y no en los efectos significativos en términos de mejora de la calidad de vida de las personas que los reciben.
¿Estamos listos para cuestionar lo que siempre hemos dado por sentado?
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