Al diseñar una intervención para promover el desarrollo nos basamos en una estrategia.
Para explicar esa estrategia recurrimos al denominado enunciado causal: “si hacemos XXX, lograremos YYY, que permitirá desencadenar ZZZ”. Es una declaración que describe en forma prospectiva cómo se producirá el cambio deseado. Para explicitar ese enunciado causal echamos mano a eso que la literatura especializada denomina enfoques o metodologías de modelos lógicos, esto es, recurrimos al marco lógico de un proyecto o su teoría del cambio. Hablábamos sobre ello en una entrada anterior de este blog (link).
En muchos casos esos marcos lógicos resultan ser solo una planilla más a completar, un formalismo, algo que lo aleja de ser la “hoja de ruta” para la acción, lo que debe ser. Para conseguir esto último necesitamos construir el modelo causal cuidando algunos aspectos claves.
En principio identifiquemos claramente cuáles serán las primeras modificaciones valiosas que buscaremos suscitar en las actitudes, conductas, hábitos, consumos o valores de la población meta. Esos cambios iniciales que acontecerán durante el plazo en el que se llevará a cabo el proyecto.
Luego identifiquemos en forma precisa cuáles serán los bienes y servicios concretos a través de los cuales el proyecto hará interacción con la población-meta con la finalidad de desencadenar aquellas transformaciones.
En definitiva, se trata de identificar claramente esto último, qué es lo que haremos, diferenciándolo de aquello otro más ambicioso aún, lo que queremos lograr, los cambios valiosos que buscamos desencadenar entre los destinatarios de esos bienes y servicios.
Las agencias que componen los Estados, sean estos de nivel nacional, subnacional o local, obtienen recursos de los ciudadanos, que se los han cedido a través del pago de impuestos. Esa transferencia de fondos de las personas al Estado posee, en última instancia, una sola razón: que el Estado produzca aquellos bienes o servicios que redundan en beneficio de la sociedad, que posean un valor social. Sin embargo, cuando la mayoría de las organizaciones públicas rinde cuentas del uso de sus fondos, se limita a documentar lo que ha hecho, omitiendo dar información fehaciente de lo que ha logrado.
Sería como si al responder cómo nos ha ido en la jornada de pesca solo habláramos de la cantidad de cañas, anzuelos y señuelos que utilizamos en la tarea de pescar, sin mencionar si todo eso efectivamente sirvió para que pescáramos algo. Y esto sucede aún en aquellas organizaciones donde se implanta la gestión y el presupuesto por resultados, pues los resultados sobre los que se rinde cuentas no suelen ser más que la identificación de los bienes y servicios producidos y entregados, la cantidad de líneas y anzuelos que se arrojó al río.
Quienes quieran volver a ejercitarse sobre la metodología de modelos lógicos, aquí disponen de dos opciones de formación corta y con carácter práctico de mi autoría que las utilizan como punta pié inicial. En un caso, como base para gestionar los riesgos (link), y en otro, para diseñar de procesos de monitoreo y evaluación (link).
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