Las intervenciones para la promoción del desarrollo se respaldan en “teorías de cambio” pero se implementan bajo una hipótesis de trabajo que se validará solo a la luz de los resultados alcanzados por el proyecto.

Las teorías de cambio son formulaciones generales, modelos que recogen evidencia histórica sobre proyectos que han dado resultado antes en contextos similares. Al momento en que se concibe un proyecto para una realidad social específica, aquella teoría de cambio se convierte en una hipótesis de trabajo sobre cómo se lograrán los cambios valiosos buscados. Por lo tanto, más allá de que la hoja de ruta del proyecto se respalde en una teoría de cambio plausible, la validez de la hipótesis con la que opera una intervención particular solo será confirmada a la luz de lo logrado durante su implementación.

En el habla cotidiana, a menudo solemos utilizar en forma indistinta el concepto de «teoría» y de «hipótesis». Sin embargo, en el campo de las iniciativas para la promoción del desarrollo, esta distinción no es solo semántica: puede ser la diferencia entre un diseño robusto y un fracaso costoso.

La teoría: el marco general. Una teoría de cambio es un modelo conceptual que explica cómo se espera que una serie de actividades conduzcan a un impacto a mediano o largo plazo. Es un esquema genérico aplicable a diversos contextos. Actúa como un marco explicativo global. Por ejemplo, los programas de inclusión financiera se respaldan en la teoría general que postula que el acceso a servicios financieros reduce la pobreza al proteger a las personas de choques externos y permitirles mejorar sus ingresos.

La hipótesis: una apuesta específica. Sin embargo, desde el momento en que diseñamos una intervención concreta, esa teoría se convierte en una hipótesis específica de cómo sucederá el cambio buscado en un contexto específico.

La implementación: el laboratorio del mundo real. La validez de nuestra hipótesis solo se confirma tras la implementación, pues la mayoría de las veces, antes de comenzar el proyecto, la evidencia para validar esta hipótesis es escasa.

Tomemos como ejemplo el caso de las carreteras: la teoría indica que las carreteras que vinculan a comunidades aisladas facilitan su desarrollo económico. No obstante, la hipótesis de que esa carretera específica mejorará la economía en esa determinada comunidad debe ser probada: existen riesgos de efectos negativos, como podría ser que la carretera baje los costos de transporte de alimentos producidos en otras zonas, y que éstos ahora lleguen a los mercados de la zona antes aislada a un menor valor que aquellos que son producidos localmente. Esto afectaría a los productores agrícolas locales, principal actividad de la comunidad aislada geográficamente, y refutaría la hipótesis inicial. Si así fuera, la iniciativa de promoción del desarrollo de esa comunidad en particular debería contemplar, además de la construcción de la carretera, un programa de fortalecimiento de la producción agrícola local, que mejore su capacidad para competir en el mercado regional.

Una reflexión para quienes gestionan proyectos para la promoción del desarrollo

No basta con tener una teoría elegante o ampliamente reconocida. Un buen gestor debe hacer explícitos los supuestos que conectan cada nivel de la cadena causal. También debe hacer una evaluación previa sobre si hay evidencia, o indicios al menos, de que esa teoría está en condiciones de respaldar la hipótesis de cómo sucederán los cambios valiosos que anima al proyecto a implementar en ese determinado contexto.

Pero quizá lo fundamental pase por aceptar que el proyecto es un proceso de aprendizaje iterativo, que a medida que se implemente surgirá evidencia que respalde o no la hipótesis, y que, consecuentemente, la hoja de ruta de la intervención nunca podrá estar escrita en piedra, porque casi siempre debe ajustarse sobre la marcha.

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